sábado, 30 de enero de 2010

Material para la semana 16

Ejercicios

Leer el siguiente cuento, luego elaborar un anàlisis

El cuarto de espejos.

El cuarto de espejos narra la historia de una princesa que era muy presumida y vanidosa. No le importaba más nadie que ella misma. Ni su familia, ni su servidumbre, nadie. A todos los trataba con indiferencia; no necesitaba a nadie, ni quería a nadie. Un día vino un hada madrina como invitada a su casa y la muchacha la trato mal, los padres quedaron horrorizados, no sabían que hacer con su hija. El hada madrina como castigo le dijo a la muchacha:
Si crees que no necesitas a más nadie, y sólo te quieres a ti, vivirás sola, con tu propio reflejo hasta que tu corazón cambie.

La princesa fue encerrada en un cuarto de espejos, no podía salir, y día tras día lo único que veía era su reflejo en todos lados. Así pasaron años; se despertaba y lo único que veía era su cara reflejada en los espejos del cuarto; arriba, abajo, a los lados, en todo. Un día después de varios años la princesa empezó a sentirse sola y pensó que quizás no era mejor estar siempre sola, que quizás sí necesitaba a su familia, los extrañaba. A medida que iba progresando con estos sentimientos un espejo se tornaba invisible, y podía ver a través de el hacia afuera del cuarto. En un rincón veía al padre sentado escribiendo, en otro lado estaba su madre tejiendo. En la cocina veía su niñera que la había criado y era como una segunda madre, mas abajo en el jardín veía al hijo de la niñera, que estaba podando las rosas, él también había sido como un hermano, y recordó cuando jugaban juntos de niños. Poco a poco a medida que iba sintiendo afecto por todos ellos, los espejos iban desapareciendo y veía más y más hacia afuera, lo que se perdía, lo que extrañaba, lo que anhelaba. Hasta que llegó el día en que todo se tornó invisible y no aguantó las ganas y abrió la puerta y salió del cuarto. Al salir, toda su familia se contentó, ella lloró y los abrazó. Los extrañaba tanto…
En esto llega el hada madrina; la princesa se asusta y le dice que no la vuelva a encerrar, no lo podría tolerar más, que ya aprendió, que no la vuelva a meter allí, ya no puede despertar día tras día viéndose solo ella misma en ese cuarto de espejos. El hada sonríe y le responde que ella nunca la encerró allí, que solo la metió, y fue su orgullo el que hizo que nunca abriera la puerta. Que ella pudo haber salido de allí en cualquier momento que hubiera querido. Pero su orgullo nunca le dejó tomar ese primer paso. Ella asumió lo peor y actuó en base a ello. Luego le dijo que el cuarto no era un cuarto de espejos, era un cuarto de cristal, y que siempre pudo haber visto a través de él, pero que a causa de sus sentimientos, lo único que veía reflejado en el cristal, era su propio reflejo. Y tenia que pasar un tiempo a solas antes de que empezara a ver a través de él, mas allá de ella misma, para poder ver las personas a su alrededor, cuánto la querían y cuánto ella los necesitaba. Que no tuviera miedo que eso ya no le volvería a pasar; ya era libre, que siempre lo fue, pero ahora lo era de corazón.

Fin


El diamante que nunca se termina

Cerca de una población minera llamada Icabarú, se encontraban trabajando un joven llamado Abilio y sus compañeros; entre ellos Andrés, Pablo, Juan y el Brasileño. Todos habían dejado la escuela para buscar fortuna en las minas cavando huecos profundos en la tierra y lavando la arena a las orillas de los ríos.

Estos jovencitos se habían internado en las montañas siguiendo al río Icabarú; todos iban cargados de sueños y esperanzas. Andrés solía decir: -"Cuando encontremos el gran yacimiento recorreré el mundo entero". Pablo, de manera picaresca decía: "Yo construiré un gran castillo". Juan se ponía el sombrero para decir con ademán de señor: -"Cuando eso suceda todos me llamarán "Señor", y a mi paso pondrán alfombras para que mis zapatos no pierdan el brillo con el polvo del camino". El Brasileño: "Yo sin embargo, no quiero recorrer el mundo, ni tener un castillo; tampoco quiero que pongan alfombras a mis pies, ni que me llamen señor". De pronto todos le interrumpieron diciendo: "¿Y entonces, qué quieres?" Él continuaba diciendo con una expresión de añoranza: "Yo sólo quiero regresar al hogar de donde jamás me debieron apartar". Abilio, con una sonrisa a flor de labios dijo: "Yo quiero un diamante que nunca se termine". Andrés le replicó: "Tú de verdad, sí que estás loco",- riéndose a carcajadas.

Abilio a la edad de ocho años quedó huérfano de su padre. Era un joven con unas dotes especiales; era un empírico, tocaba la guitarra y componía sus propias canciones; le gustaba interpretar todo tipo de canciones de la época. Además de servicial, trabajaba y estudiaba para ayudar a su madre enferma, por la que siempre profesó el más grande amor, respeto y admiración. Él contaba, que mientras dormía, veía y escuchaba una voz que le advertía de algunas cosas, que luego sucedían en la realidad. Solía contar que en sus sueños lo visitaba un hombre pequeñito, vestido de militar, que lo invitaba a estudiar todas las noches y le decía: "¿Abilio, estás listo para la clase de hoy?" Y él le contestaba diciéndole: " ¡Sí maestro!". Pero sus compañeros no le creían, lo tomaban como un chiste más. Entre risas y chistes trabajaban duramente el día y durante la noche tejían sus sueños, algunos en silencio y otros en voz alta.

Después de varias semanas de ardua búsqueda sin encontrar nada empezaron a preocuparse, pues no sabían qué hacer. Ya no tenían bastimento, y una noche antes de acostarse, llegaron al acuerdo de sacar un último corte, y de no encontrar nada, se marcharían al día siguiente. Mientras dormían, al joven Abilio se le presentó el hombrecito vestido de militar y le dijo: "Despiértate Abilio, y sígueme de lejos sin acercárteme mucho. Llegó la hora de que me conozcas despierto. ¡ Yo soy tu maestro!" Abilio, levantándose, tomó el sombrero, su lanza y el machete siguiéndolo tal como el maestro le indicó, y en un lugar apartado donde ya no lo escucharían sus compañeros, el maestro le dijo: - ¿Porqué estás preocupado? - Ya no tenemos bastimentos y no sabemos qué hacer. - Allí donde tienes tu lanza enterrada haz que tus compañeros abran un hueco y encontrarán un bolsillo con once piedras de diamante. A partir de ahora ya no podrás contar a tus compañeros que me has visto en realidad, hasta que no estés del todo preparado, regresa a acostarte. - Gracias maestro.

A la mañana siguiente, Abilio realizó todo tal como estaba previsto, y en efecto, encontraron el bolsillo con los once diamantes. Describir la felicidad que reflejaba el rostro de estos jóvenes, los saltos y gritos, cuando estaban a un paso de ver convertidos sus sueños en realidad, mi pluma no alcanza a describírtelos, cierra los ojos e imagínatelos.

Después de tanta emoción se sentaron a pensar qué hacer, decidiendo que uno de los compañeros debía salir al pueblo a vender los diamantes y que en cuatro días debía estar de regreso con bastimentos para profundizar la búsqueda. Como todos eran como hermanos y se tenían una gran confianza, lo sometieron a la suerte; y le tocó al Brasileño, quien al día siguiente se puso en camino. Mientras el resto de los jóvenes continuaban ilusionados en busca del gran yacimiento de diamante, pasaban los días.

Al cabo de siete días, al ver que el Brasileño no regresaba, empezaron a preocuparse, pensando que algo debió ocurrirle y que no debieron mandarlo solo. Tendrían que esperar hasta el día siguiente para salir a ver qué le pudo pasar. Esa noche, mientras dormían, nuevamente se le presentó al joven Abilio el maestro, quien le dijo: " Mañana a las diez de la mañana verán pasar una avioneta; en esa avioneta va el brasileño, quien regresa a casa con su familia; su madre esta muy enferma y él no lo sabe; se hizo a sí mismo la promesa, de un día regresarles el dinero que hoy ha tomado como un préstamo. En el rancho donde vivía les dejó una carta explicándoles y pidiendo que lo perdonen. Mientras Abilio escuchaba con gran atención, el maestro continuaba diciéndole: "Abilio, hijo, todos ustedes están muy jóvenes aún para dedicarse a la aventura de las minas. Aquí, en este lado de la montaña ya no hay nada. Invita a tus compañeros a regresar a sus estudios y trabajos que dejaron en el pueblo. Entonces irrumpió Avilio diciéndole: "¡Maestro, tendré que olvidarme del diamante que nunca se termina!" - ¡ No! Ese diamante que nunca se termina, es el que alimenta constantemente al espíritu y al alma, y al mismo tiempo te permitirá cubrir las necesidades de tu cuerpo y aún más, el de todos aquellos seres que te rodeen y que se acerquen a ti. Tal vez, hoy no lo comprendas del todo, pero con el paso de los años te irás dando cuenta de esta gran verdad. Con estas palabras me despido de ti, hijo, por ahora, poniendo en tus manos… ¡el diamante que nunca se termina! Y así el maestro se despidió y desapareció como siempre.

Mientras Abilio se dirigió al campamento pensativo, una idea le daba vueltas: cómo decir a sus compañeros que debían regresar a sus antiguos trabajos, y que de sus sueños, tal vez no comprenderían como él. ¿Qué hacer con esta interrogante que no le dejaría conciliar el sueño? Al llegar al campamento se acostó en su hamaca y en cuestión de segundos ya estaba profundamente dormido.

A la mañana siguiente fue el primero en despertar. Mientras el resto dormía, prendió la leña y puso a hacer el último poquito de café que les quedaba. Cuando los chicos despertaron ya Abilio había colado; mientras se tomaban el café les dijo: "Vamos a levantar el campamento para regresar al pueblo"- no había terminado de hablar cuando Andrés contestó: " Sí, no hay tiempo que perder".-Y sin oposición, como si todos se hubieran puesto de acuerdo, iniciaron el camino de regreso a casa.

Tardaron dos días y dos noches en regresar. Incorporándose luego a su vida cotidiana, entre trabajo y estudios. (Excepto el joven Abilio) Ninguno de ellos lograba explicarse cómo fue que decidieron regresar. El hecho era que ya estaban allí, donde empezaron a construir las bases sólidas para sus sueños; sueños que fueron cambiando con la visión que da la madurez, a través del estudio, el amor por lo que hacían, el trabajo cooperativo, las metas cortas, medianas y largo plazo, que se iban trazando. El joven Abilio se apasionó por el estudio de la medicina natural a la que dedicó su vida entera, poniéndose al servicio de la humanidad, curando a hombres, mujeres y niños. No sólo los curaba del cuerpo, sino también del alma.

Un mediodía, sentado en la mesa, dijo a su familia: "quiero dejar por herencia a mis hijos: ¡un diamante que nunca se termina! Este diamante es el que alimenta constantemente al espíritu y al alma, y al mismo tiempo les permitirá cubrir las necesidades del cuerpo y aún más, el de todos aquellos seres que les rodeen y que se acerquen a ustedes. Tal vez, hoy no lo comprendan del todo, pero con el paso de los años se irán dando cuenta de esta ¡Gran Verdad!

María Julieta Cedeño Méndez.

El gato que no sabía que
era un gato

Hace muchos, muchísimos años, cuando existían animales que sabían hablar, ocurrió que nació un gato cerca de la granja de Pepe. En aquella granja había muchos animales que Pepe, el granjero, cuidaba con la ayuda de su mujer, Teresa.

El pobre gatito tuvo la mala suerte de quedar tapado por una hoja que había caído de un árbol y, cuando su madre recogió a sus hermanos para llevarlos a un lugar más tranquilo y seguro, a él no lo vio; como los gatos nacen ciegos, él tampoco pudo ver a su madre y hermanos. Así, el gatito quedó solo en el mundo y pasó mucha hambre hasta que Pepe lo encontró al lado del camino que conducía a su casa, y se lo llevó con él para cuidarlo.

Cuando el gato por fin pudo empezar a andar por la casa, lo primero que escuchó fue a Teresa que llamaba: "¡Pepe, Pepe! ¡Ven aquí un momento!". Y el pobre gato fue corriendo porque pensó que Pepe era él. Y siempre que alguien llamaba a Pepe, allá iba él corriendo, pensando que lo llamaban.

Como no había conocido a nadie más que a Pepe, Teresa, el cartero y algunos hombres que trabajaban en la granja, el gatito pensó que él también era una persona. Pero pronto empezó a tener problemas en la casa: como creía que era un hombre, quería comer a la mesa con los granjeros y claro, ellos no lo dejaban. Tampoco le permitían dormir en una cama, y cada vez que intentaba ponerse un calcetín de Pepe, el granjero o Teresa le reñían. El gatito no entendía por qué.

Hasta que un día se vio reflejado en un espejo. Él ya sabía lo que era un espejo porque había visto a Pepe y Teresa usarlo para mirarse cuando se peinaban, para ver si iban bien arreglados... pero nunca se había visto a sí mismo reflejado en uno. Cuando por fin se vio, comprendió que no era una persona. Pero, ¿qué sería? Se miró y remiró largamente en el espejo: tenía cuatro patas y no pies y manos como la gente, un rabo muy largo y el cuerpo cubierto de pelo. . . No, decididamente nunca había visto a nadie como él.

Así fue como el gatito decidió ir a dar un paseo por la granja para ver si se encontraba por allí con alguien que se le pareciera.

Nada más salir de la casa, lo primero que vio fue a un cuervo, negro como la noche, que venía volando y se posaba en la rama de un árbol. Le pareció estupendo aquello que había hecho en el aire y desde el suelo le preguntó:

- ¡Eh tu!, ¿Quién eres?
- Yo soy Jacinto, el cuervo. Soy un pájaro. ¿Y tu?
- ¿Yo? Yo soy Pepe y soy un cuervo también.

Naturalmente, a Jacinto le entró un ataque de risa. Había visto muchos pájaros en su vida y algunos muy raros, pero ninguno que se pareciera tanto a un gato.

- ¿Estás seguro de que eres un cuervo?

- ¡Claro! - contestó Pepe que en realidad no estaba nada seguro.

- Pues ven aquí y volaremos juntos un rato.

Pepe, el gatito, salió corriendo y subió al árbol, porque los gatos si saben subir por los troncos de los árboles. Pero cuando intentó volar por encima del tejado de la granja, haciendo lo que Jacinto le había explicado, ¡PLOFF!, se cayó con las cuatro patas en el suelo. Jacinto, en la rama del árbol se moría de risa y a Pepe le dio tanta rabia que se marchó de allí muy enojado, con el rabo muy tieso.

Evidentemente, tampoco era un cuervo, ni ningún otro pájaro, porque no tenía alas, que era con lo que volaban según le había dicho Jacinto. Así que siguió andando, intentando encontrar a alguien que se le pareciera. Al poco tiempo, al pie de otro árbol, había un animalito con algo en la boca. Pepe se acercó muy contento. Tenía cuatro patas y una cola muy larga.

- ¡Hola!, ¿Quién eres? - preguntó Pepe.

- Hola. Soy Fina, la ardilla, ¿y tú?

- Yo soy Pepe... y también soy una ardilla.

- ¿Estás seguro de ser una ardilla?

- ¡Pues claro!

- Entonces, ayúdame a llevar esta comida hasta mi casa. Es el agujero del tronco de ese árbol. Luego, si quieres, te invito a merendar conmigo.

Pepe y la ardilla cogieron las nueces y castañas con la boca y las llevaron hasta la casa de la ardilla. Cuando llegaron arriba, Fina dijo que ya podían empezar a merendar y se puso a comer castañas. Pepe quiso hacer lo mismo pero, claro, los gatos no comen castañas y mucho menos nueces, y se lastimó los dientes y no le gustó nada aquella comida.

- ¡Puaj! ¡Qué asco!

- ¿Cómo que qué asco? ¡Es comida!

- ¡Pues a mi no me gusta nada esta comida!

- Porque yo no me creo que tu seas una ardilla. Desde luego, eres muy raro. Y si no te gusta mi comida, ya te puedes marchar de mi casa y dejarme comer tranquila - respondió Fina muy enfadada.

Pepe bajó del árbol. No sabía muy bien qué hacer. No era una persona y no podía vivir como la gente, no era un pájaro y no podía vivir en un nido, no era una ardilla y no podía vivir en el tronco de un árbol...

Un poco más adelante, Pepe se encontró con otro animal que hacía unos ruidos muy extraños y metía la boca en el suelo, como buscando algo. Pepe se acercó a él y le preguntó:

- ¿Quién eres tú?

- Soy Tucho, el cerdo, ¿y tú?

- Yo soy Pepe, y soy un cerdo también.

- ¿Tú un cerdo? ¡Eres un cerdo bien raro! ¿Quieres venir conmigo a ensuciarte en el barro?

- ¡Vamos! - dijo Pepe que no tenía ni idea de lo que era lo que quería hacer el cerdo.

Pero los gatos, aunque no les gusta demasiado el agua, son muy limpios, y lo que menos les gusta es ensuciarse de barro. Así que al llegar a la charca particular de Tucho, Pepe metió la puntita de una pata en el lodo y le dio muchísimo asco. Cuando Tucho lo salpicó con las patas y el hocico, de la repugnancia que le dio se le pusieron de punta los pelos del lomo y el rabo tieso.

- ¡Vamos, Pepe! ¡No seas un cerdo tan limpio! ¡Ven a bañarte!

- No, Tucho, lo siento. No sería capaz de meterme en el barro contigo. Perdona, creo que no soy un cerdo tan cochino como tú.

- A mí ya me parecía que tú no eras un cerdo. Adiós, Pepe. Y si cambias de idea y decides ponerte bien sucio, ya sabes donde hay una buena charca.

- Sí, Tucho. Muchas gracias. Adiós.

Pepe continuó buscando por la granja. Un poco más adelante se encontró con un animal muy grande, muy negro y muy fuerte. A Pepe le pareció precioso y se acercó a él.

- ¡Hola! ¿Quién eres?

- Soy Pedro, el toro. ¿Quién eres tú?

- Yo soy Pepe y soy un toro también.

- ¿Tú, un toro? - preguntó Pedro echándose a reír.

Pepe ya estaba harto de no saber quién era y de andar de acá para allá y de que todo el mundo se riera de él. Así que le dijo a Pedro que estaba completamente seguro de que era un toro. El toro Pedro, muy serio, le dijo: "¿Ah, sí?, Pues ¡intenta hacer esto!", y salió corriendo a toda velocidad por el prado dándole con los cuernos un golpe terrible a un árbol, que quedó moviéndose de un lado a otro. Pepe ni lo pensó. Salió también corriendo y golpeó al árbol... ¡y se dio un topetazo tremendo en la cabeza! El toro Pedro se partía de risa. Entonces le explicó que aquello que tenía en la cabeza, además de un chichón que se acababa de hacer, eran dos orejas, no dos cuernos. Además los toros comen hierba y seguro que a él no le gustaba. Era cierto, sólo la comía cuando tenía la lengua llena de pelos, después de lavarse, o cuando le dolía la tripa, pero comer hierba no le gustaba. Así que tampoco era un toro... Pepe se despidió de Pedro muy triste, porque le habría encantado ser un toro grande, fuerte y negro como él, y se marchó de allí.

Pepe ya no sabía que hacer. Empezaba a pensar que era un bicho raro y que nunca encontraría a nadie que se le pareciera. Pero cuando ya pensaba que tendría que acostumbrarse a la idea de vivir solo, oyó que alguien decía cerca de él:

- Miau, miau. . .

- ¿Quién eres?

- Soy la gata Calixta. ¿Tú, cómo te llamas?

- Yo, yo... yo soy Pepe, el gato.

Y Calixta no se echó a reír, ni lo miró como a un bicho raro como habían hecho los demás animales. Entonces, Pepe miró bien a la gata. Tenía cuatro patas, el cuerpo cubierto de pelo, los ojos almendrados, una cola larga y hablaba exactamente igual que él. Todo igual que él. Entonces sí, entonces él era un gato.

Calixta y Pepe decidieron quedarse a vivir juntos en la granja y tener muchos gatitos. Y cuando los gatitos crecieron y salían de paseo por la granja y los otros animales les preguntaban quiénes eran, ellos contestaban lo que su papá les había enseñado:

"Somos Tino, Catalina, Claudio y Camila y somos gatos".

Mª Isabel Horro González


Las fábulas de Esopo


Esopo Montiel, en su ardiente Saladillo, tenía por costumbre alargar las conversaciones hasta que sus oyentes, ya cansados, abandonaban el lugar de tanto oír exageradas e interminables historias. Esopo terminaba siempre hablando solo hasta que el sol, al amanecer, comenzaba a salir nuevamente a realizar su trabajo de hacer sudar hasta las piedras.
Nadie se atrevía a preguntarle a Esopo, al encontrarlo en la calle, acerca de su vida o de su salud porque las consecuencias eran previsibles: perder el día.

-¡Vergación, Esopo! Hoy andáis demacrado...
-Ni te imagináis lo que me pasó, Ovidio. Ayer al regresar a la casa encontré algo espantoso...

Y el cuento de Esopo Montiel era como una vaguada que iniciaba con una pequeña bola de lodo y terminaba, ya avanzadas las horas, en una extenuante avalancha de palabras.
Ya los paisanos de Esopo estaban hartos de su “lenguaje florido”, frase que le oyeron decir al doctor del barrio, quien tuvo que prohibir las consultas a Montiel porque estaba perdiendo clientela al dedicar todo el día al único paciente:

-¿Y qué siente, Esopo?
-Déjeme contarle, doctor...

Y la luna comenzaba a reflejarse en el lago cuando Esopo salía, sin récipe, de su consulta médica.
En El Saladillo, al ver a Esopo Montiel caminar por las coloridas calles, las personas inmediatamente corrían a simular estar muy ocupadas; y si los ojos de Esopo se topaban con alguien, esa persona no abría la boca, sólo daba un pequeño saludo con la mano y seguía en su fingida ocupación.
Una mañana ocurrió algo inusual. Esopo Montiel caminaba desconsolado, como de costumbre, y logró ver a un niño a la sombra de una mata de mango. Una amplia sonrisa le gritaba desde la mata para que se acercara.
Al llegar al niño, Esopo oyó algo que lo dejó desconcertado:

-Esopo, contame un cuento.

Desde ese momento Esopo Montiel entendió que el asombro y la curiosidad son aún bienes de la humanidad, resguardados en las pequeñas mentes de los niños. Al pasar los años, la frase “¿por qué?”, que adorna la boca de los infantes, desaparece en la edad adulta. Mañana tras mañana, se sumaban más niños debajo de la mata de mango a oír las fábulas de Esopo. Boquiabiertos, los adultos al ver aquel jolgorio alrededor de Esopo, sentían en el fondo de su espíritu una chispa que recordaban haber tenido alguna vez...

Material para la semana 16

EERCICIOS

SELECCIONAR LA PALABRA CORRECTA

  • Vamos ___ ver a tus padres. A/Ha
  • No sé cuántas personas ________ allí. Habría/abría
  • Cuando lo ________ cambia de color. Agito/ajito
  • El _________ del toro estaba un poco rota. Hasta/asta.
  • Llegaron antes porque aprovecharon un _________. Hatajo/atajo.
  • ______ no hay ninguna persona. Ahí/ay/hay
  • Este árbol sólo produce unas pequeñas ________. Vayas/bayas
  • El ________ es un metal apenas conocido. Vario/bario.
  • El _________ tiene otros títulos nobiliarios que no utiliza. Barón/varón
  • Se caracteriza esta especie por tener una gran cantidad de ________. Vello/bello
  • Han dejado el local lleno de __________. Desechos/deshechos
  • No sé por qué lo ha _________. Echo/hecho.

Completa con ay hay y ahí:

Aquí no.................lechuga, está...............

Se ha oído..................un ..............lastimero

..................demasiados alumnos...........; diles que vayan a otra aula

¡No .........derecho! No le pasa nada pero está todo el día en un .........

¡...........qué pena!

................. ............. un hombre que dice ¡......!

............................manzanas y peras en el frutero.

¡.........! me he hecho mucho daño

..........................está el poster que te regalé

Completa con: con qué, con que, conque:

-.............................no sabías nada de la fiesta,¿eh?

-¡.......................alegría se despierta cada mañana!
-No supe.............................envolver el regalo
-...............................bien el examen me conformo
-¿......................vas a pegar el jarrón roto?
-¡.......................aplomo afrontó la tragedia!
-.....................vengas a la fiesta estaré satisfecho
-.....................no estabas enamorado...
¡..................amor la mira!
Completa con sino- si no

-.............................estudias a diario nunca aprobarás

-Su..........................fue siempre trabajar y trabajar

-No fue Miguel.........................Antonio quien vino ayer

-No nació en Alicante...........................en Valencia
-Mi.......................es aguantar y aguantar
-Nos mojaremos......................cogemos un paraguas

Ponga el acento ortográfico a las palabras que lo lleven:

Aquel dia todos los alumnos estudiaban con empeño.

Este libro es para mi y aquel para ti.

La unica forma de decirselo es sin preambulos.

El combate aereo duro hasta el amanecer.

En el renacia la esperanza cada vez que veia a Elena.

Se esforzaron inutilmente, aun sabiendo que era imposible lograrlo.

El pais continuo guerreando durante muchos años.

No se si esto se sostendra o si se caera.

Tu sabes que mi tio convencio a tu amigo.

Si no se lo pides, se lo cogera.

Te dire que si, que esto es lo que se necesita.

Para que le de una oportunidad, tendra que pedirmelo humildemente.

La lampara grande del salon no se encendera aun.

Creia ser inteligente, pero era muy estupido.

Estamos reunidos para tomar una decision fundamental.

La imagen poseia un encanto impresionante.

Le daba vertigo asomarse desde el balcon del duodecimo piso.

Mas vale pajaro en mano que ciento volando.